lunes, 11 de junio de 2012

El desmadre del fútbol español


Fue hacia noviembre. Algún iluminado lo había comenzado a insinuar, tan claro como estaba ya para entonces que el Nàstic se encaminaba irremisiblemente hacia la Segunda B y el submarino amarillo comenzaba a coquetear con lo que a esas alturas todavía parecía quimérico. Pero como somos periodistas y preguntar es gratis, llamamos.

¿Qué sucede si el Villarreal desciende a Segunda y arrastra a su filial? “¡Uf! Los de Competición decidirían si se diera el caso, supongo”. Ésa fue, palabra arriba, palabra abajo, la respuesta oficial tanto de Liga de Fútbol Profesional como de Federación Española de Fútbol.

Lo curioso del caso es que el Reglamento de la Federación Española sí regula ese supuesto, estableciendo que si se da el caso, asciende un equipo más desde la Segunda B para compensar ese descenso extraordinario de un filial. Pero resulta que también la normativa de la Liga de Fútbol Profesional regula ese mismo supuesto, y con diferente respuesta: según ese criterio, a cambio del descenso del Villarreal B se salva el 19º clasificado –la Liga siempre con su endogamia, con esa tendencia a proteger a los suyos aun a riesgo de ser injusta-.

Improvisar las normas


Por suerte, el convenio entre ambos organismos prevé que, en caso de contradicción entre normas, prevalece la de la Liga, y por eso el Sabadell no ha descendido. Pero tampoco lo hace de una forma del todo clara. Hasta el punto de que la respuesta a esa misma pregunta que ya hicimos en noviembre recibía idéntica respuesta el día antes de jugarse la última jornada de Primera: “Eso si sucede ya decidirán los de Competición cómo se resuelve”. Sólo cuando el Villarreal estuvo efectivamente descendido se comenzó a asegurar unívocamente que sí, que se salvaba uno más de Segunda. Es decir: la solución fue aplicar las normas, casi improvisarlas, a posteriori, lo opuesto a lo que en una democracia deben ser los reglamentos.

Lo mismo nos está sucediendo esta mañana al preguntar por La Pobla de Mafumet, el filial del Nàstic, que los dos próximos fines de semana va a disputar contra el Yeclano la final por el ascenso a Segunda B cuando ya sabe que, por culpa del descenso del primer equipo a esa misma categoría, no podrá consumar su ascenso.

La pregunta que hemos hecho, en este caso sólo a la Federación Española (a la LFP eso de la Segunda B no le compete), es sencilla: “¿Si La Pobla gana la final, habida cuenta de que no puede ascender, qué sucede? ¿Asciende su rival en la final, el Yeclano, u otro equipo?” Y la respuesta, de nuevo, la de siempre: “Eso si se diera el caso ya lo decidirían los de Competición”. ¿Pero de verdad  no lo regula ningún artículo? “Sí, pero no os los vamos a decir”, han respondido esas fuentes federativas, en brillante eufemismo de la expresión “no tenemos ni idea”.

Lo sintomático de ambos casos es que cuando uno pide respuestas profesionales y oficiales nadie, ni en la Liga ni en la Federación, sea capaz de darlas. Que no se conozcan ni sus propias normas, en fin. Que se amparen en la esperanza azarosa de “a ver si al final no sucede ese supuesto y así nos ahorramos tener que rebuscar en reglamentos y dictar resoluciones justificadas”.

Pandilla de cutres


¿Pero qué es eso de “Competición ya decidirá”? ¿Qué sistema normativo es ése? Uno se imagina yendo al abogado a preguntarle: “¿Qué me puede pasar si robo un millón de euros?”, y el letrado respondiendo: “Pues depende. Se reunirá un Consejo feudal integrado por el Duque, el sacerdote del pueblo y tres notables y decidirán a ver. Según si tienen buen día o no, te puede caer desde una multa hasta la horca”.

Así de anacrónico, de arbitrario, de cutre, en fin, es nuestro fútbol. Así de vagos e incompetentes son sus directivos, buitres de palco y canapé que bordean el analfabetismo en cuanto a principios jurídicos porque se han criado y llevan décadas viviendo, sin que nadie con autoridad se lo reproche, en la cultura de decidir a dedo, de apoltronarse sin ser fiscalizados, de sólo reunirse y trabajar “si se da el caso y es imprescindible”.

Y eso siempre que no haya una Eurocopa en curso, porque en ese caso los pillas a todos en Polonia y en Madrid sólo queda el becario de recepción. Uno piensa en cualquier país al azar –Uganda, pongamos por caso- y no se imagina un fútbol tan caótico y podrido.

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