miércoles, 23 de mayo de 2012

La Segunda B

Como periodista, no guardo un recuerdo especialmente doloroso de la Segunda B. Eran mis primeros años frente al teclado, aún becario, cuando vomitar breves era rutina y acompañar al redactor al Nou Estadi un premio. Y eran, en el fondo, buenos tiempos para el Nàstic: para el club grana, de las tres últimas temporadas en la categoría de bronce, dos acabaron en ascenso (2000-2001 y 2003-2004). Estábamos en Segunda B, sí, pero siendo un grande, el rival a batir, un equipo de costumbre ganadora y ambiciones factibles.


No olvido, sería ingenuo, que si a esta categoría en la que el Nàstic jugará el año que viene la llaman "el pozo" es por algo. Porque la juegan 80 equipos, de los que no menos de 50 piensan de inicio que merecen un hueco en la promoción de ascenso. Y lo más crudo es que sólo cuatro de ellos (¡sobre 80!) acaban ascendiendo. No olvido tampoco que, antes de esa época dorada de dos ascensos casi consecutivos, nos pasamos 21 años intentándolo (yo ni siquiera había nacido cuando el descenso anterior, en 1980). Años en los que, por cierto, mantenerse en Segunda B, más que ascender, llegó a ser el objetivo (sé qué significa Casetas) y no siempre se cumplió. Un vistazo aquí es aterrador: el reparto de colores en el palmarés año a año nos dibuja como nuevos ricos, como malacostumbrados recientes. Y el escalofrío sólo de imaginar que pueda reproducirse una travesía como la de entonces es insoportable. Pero debe llevarnos al realismo. A saber quiénes somos en verdad. De dónde venimos. Justo para no tardar tanto en volver, debemos acordarnos de cuánto costó y de qué errores nos llevaron a ello.

'Añorados' años 90...

Siguen en mi mente años y años de gradas semivacías, cuando a razón de 1.000 pesetas por persona compramos, entre aquel grupo de preadolescentes, un bombo y un espray para plasmar "Penya Diables" sobre una sábana blanca que colgábamos tras la portería de Arumí. Y aquellos play-off de Gonzalvo, aquella pareja de centrales Naranjo-Torres. Y a Moska. Y Preciado. Y el Levante, la UD Las Palmas, el Recreativo... O sea que no me lo invento: que sé perfectamente que, aunque mi subconsciente más inmediato no se acuerde, bajar a Segunda B es una tragedia.

Foto: Tinet.cat
Pero hay esperanza. Cómo no. El Nàstic descenderá con -estoy seguro- cerca de 3.000 socios, y con el pedigrí de haber estado hace sólo cinco años en Primera División. Será otra vez el rival a batir, el grande, y eso puede ayudar a confeccionar una plantilla sensiblemente mejor. Eso, y también las ayudas al descenso de la LFP, de dudosa ética pero, pensando egoístamente, bienvenidas sean. Tampoco iba a ser el Nàstic el primer tonto en renunciar a ellas. (aquí explico por qué me parecen éticamente discutibles).

Vengo a decir con todo esto que se podrá construir una plantilla decente, tanto por el atractivo que para el jugador tendrá militar en el "grande de la categoría" como sobre todo por el hecho de que el presupuesto, a pesar de la deuda, será competitivo justo gracias a esas ayudas al descenso.

Play-off, nada imposible

Para demostrarlo, basta un dato: de los cuatro equipos que descendieron el año pasado desde Segunda, tres de ellos han acabado la liga en zona de play-off de ascenso (Tenerife, Albacete y Ponferradina) y sólo el Salamanca se ha quedado fuera. Es obvio que los precedentes y las estadísticas no son más que curiosidades, pero realidades al fin y al cabo que no pueden ser sólo casualidad. Y conste que no hablo de las opciones de ascender, puesto que estar entre los cuatro elegidos sobre un total de 80 equipos es quimérico; pero sí respecto a la idea, y eso es lo que más me preocupa, de estar en play-off, con todo lo que ello conlleva: volver a ser un equipo ganador, de zona alta, de tendencia optimista y autoestima ascendente. A fin de cuentas, terminar la liga regular entre los cuatro primeros significará todo eso. Y significará también estar cerca del ascenso, aunque acabar lográndolo es ya otra cosa.

Claro que no será fácil, y habrá quien diga que volver a ser un equipo ganador, de zona alta, que juegue promoción pero que no ascienda es inútil y doloroso. Y también es evidente que esa estadística que dice que hay muchas opciones de acabar jugando el play-off es algo que todavía hay que demostrar. También sé muy bien que el grupo III de la Segunda B se prevé el año próximo durísimo, con equipos como el Villarreal B, el Lleida, el Sant Andreu, el CF Reus... la llegada también de Alcoyano y Cartagena (habría que ver en qué grupo le sitúan), y la continuidad de los que han jugado play-off este año: Huracán Valencia, Orihuela y Badalona ya están eliminados y seguirán en el grupo III de la Segunda B, donde serán potentes rivales del Nàstic, y hay que esperar a ver cómo acaba el más temible de todos, el Atlètic Balears, aún en la pelea.

De modo que no será fácil ni agradable. La Segunda B tiene las dificultades de cualquier categoría competitiva, durísima, de primer nivel, pero sin los alicientes mediáticos de la LFP. En patatales o, en el mejor de los casos, en campos de césped artificial, y a menudo sólo ante cientos de aficionados. Todo eso a nosotros, que no hace tanto llorábamos de alegría en Chapín y ganábamos en San Mamés. Será duro. Un calvario. Pero justo por eso hora de demostrar que nuestro sitio natural es aquél, el del lujo y la opulencia, y no éste de trincheras y cutreces. Que sea cosa de un año o dos. No de 21. Por favor.

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